Fabiola Alanís Sámano
I
Nadie puede negar que México se está transformando. No solamente se están modificando las instituciones sino que se está llevando a cabo una mutación importante de la conciencia colectiva, es decir, de las mentalidades.
La globalización neoliberal también cambió al país con el mito de la modernidad y de la modernización y como si eso nos condujera al primer mundo, nos cambiaron casi todo, pero por la fuerza.
Por ejemplo, se privatizó el ejido, las empresas públicas y el sistema financiero, las telecomunicaciones y las vías de comunicación, entre otras muchas actividades productivas.
Con la narrativa de que se había acabado la “gallina de los huevos de oro”, le arrebataron a la nación su soberanía energética. El resultado fue que aumentaron la pobreza y la desigualdad social. Se perdieron los derechos laborales y se vinieron abajo los contratos colectivos y, en la práctica, fueron desapareciendo el peso político de las organizaciones de las y los trabajadores.
II
Pero si en un grupo social se concentró la dominación, la exclusión, la explotación y el despojo, fue en los pueblos originarios y en las comunidades afrodescendientes. No debemos olvidar (porque constituye una parte de la memoria histórica) el levantamiento zapatista de 1994, en nombre de los pueblos indios, de sus derechos, de sus demandas y aspiraciones. Fue un llamado de atención grave y profundo de parte de los olvidados de siempre.
Tampoco podemos olvidar en ese contexto, la respuesta represiva del régimen frente a la fuerza organizada de los pueblos y comunidades indígenas de Chiapas.
No hay manera de olvidarse de Acteal
El 22 de diciembre de 1997, un grupo de 60 paramilitares, vestidos de negro, dispararon con armas exclusivas del Ejército contra la comunidad tzotzil de Las Abejas mientras se encontraban orando dentro de una ermita. El saldo de la masacre fue de 45 personas, 18 mujeres cuatro de las cuales estaban embarazadas, 16 niñas, 4 niños y 17 hombres adultos. Además, 12 víctimas murieron por heridas causadas con armas punzocortantes o por disparos recibidos por la espalda. Los paramilitares actuaron al más puro estilo de los kaibiles guatemaltecos. Ernesto Zedillo fue acusado por crímenes de lesa humanidad, sin embargo, prevaleció la impunidad.
III
Entonces, el “indigenismo” había servido como discurso de legitimación de un Estado que construyó un indio mítico pero que, en la práctica, siempre despreció a los integrantes reales de los pueblos que ya estaban aquí, en estas tierras, antes de la conquista y aún antes de que naciera la nación mexicana propiamente dicha.
Ahora queremos reconocer a esos pueblos el lugar que merecen en esta nación. No: los pueblos originarios y afrodescendientes no son folklore, artesanías y turismo. Son, en cambio, la viva existencia de un pasado que no ha desaparecido. Su existencia nos proporciona una riqueza actual y vigente que el mercado ignora porque no se traduce en ganancias. Es la riqueza de las formas comunitarias del ser social, de una forma de vida en la que el Otro no es el enemigo ni el competidor sino el hermano, la hermana.
Los lazos que unen a los pueblos indios tienen que ver con la fraternidad, con la solidaridad, con la auténtica empatía, con las afinidades emocionales. Y la base de este lazo social entre hermanas y hermanos es la resistencia. He ahí la prueba de que las comunidades originarias proporcionan una riqueza invaluable: han resistido, están aquí, y desde la alteridad radical nos interpelan. Frente a esta riqueza, la del dinero, el lujo, el consumismo y la banalidad, flaquean, palidecen, se revelan en su significado humano: nos sirven para dar un sentido emancipador a la existencia.
En verdad, ha llegado la hora de reconocerlos, pero en serio. La Constitución ha sido modificada en ese sentido. La reforma a la ley de pueblos originarios y afromexicanos, diseñada desde 2021, fue aprobada por unanimidad. El espíritu de esa reforma es muy claro: se trata de hacer justicia a un entramado de viejas demandas. Pero esa reforma tiene un eje central: no es integrar a los pueblos y comunidades indígenas en una nación abstracta y homogénea. Se trata, en cambio, de reconocer derechos, y uno de ellos, vital y absolutamente necesario, es que se crea una jurisdicción que ejercerán las autoridades comunitarias de acuerdo a sus propios sistemas normativos, sus propias ideas de justicia, sus propios procedimientos. El respeto a estas formas significa una inclusión que no niega las formas de vida originarias.
El reconocimiento a su autonomía significa un auténtico reconocimiento: lejos debe quedar el temor de la fragmentación de la nación. Porque hay que decirlo de nuevo: nuestro México es una nación soberana, pero multicultural y pluriétnica, y eso significa que somos capaces de vivir en armonía con nuestras diferencias. Somos capaces de agrandar la política y el espacio público para que pueda construirse una nueva nación, desde abajo y entre todas y todos.
No es posible ese futuro civilizado que pretendemos sin reconocer, en el marco de la Constitución que a todos nos rige, el papel y el lugar de las comunidades indígenas y afrodescendientes.
IV
Nuestro estado es especialmente sensible a este tema, porque contamos con una nutrida convergencia de pueblos y comunidades indígenas, nahua, purépecha, otomí, mazahua, pirindas. A ellas y a ellos les decimos, que nuestro movimiento, el de la cuarta transformación reivindica el derecho a todas sus formas de organización, a su autonomía plena y al ejercicio del presupuesto directo.
Sabemos que hay resistencias pero nada ni nadie puede estar por encima del derecho a tener derechos.
V
Reivindicamos la forma de autogobierno promovida por el compañero gobernador Alfredo Ramírez Bedolla y avalada hasta ahora por más de 40 comunidades, de lo que se trata hay que decirlo con claridad es de afianzar la autonomía de los pueblos originarios y de mejorar la calidad de la democracia a través de las asambleas y concejos comunales.
De lo que se trata, como bien dijo la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo hace unos días en Nayarit es de hacer valer el derecho de los pueblos y comunidades indígenas y afromexicanos al presupuesto directo en cualquiera de sus formas.
Termino diciendo que, ellos y ellas los pueblos y comunidades indígenas y afromexicanas han estado ahí. Y con la paciencia, el orgullo, el honor, la fortaleza que los caracteriza, nos han brindado su ejemplo de resistencia. Debemos dar el paso que falta. No más discriminación, no más exclusión, no más opresión no más clasismo. Esas reivindicaciones son parte del proyecto de nación, del humanismo mexicano que reivindicamos.